Pensábamos
que nuestra casa de Puebla sería la última, pero es posible que nos mudemos
nuevamente de ciudad. Si las cosas resultan como parece, nos iremos a una casa
muy chica en la que no cabrá todo lo que tenemos.
Nos
decidimos a construir esta casa en Puebla porque ninguna de las que vimos en
venta nos serviría. Las casas que te ofrecen no tienen dónde se pueda poner un
escritorio, unos libreros o un instrumento musical, ni dónde guardar
herramienta.
Tenemos
una enorme sala-biblioteca y esperábamos que nunca se llenaría. Me dolerá tener
que deshacerme de los libros que no podremos llevar; casi todos. Los libros nos
unen con el pasado. Son un catálogo de nuestras curiosidades. Muchos familiares
y amigos que han pasado por esta casa han dejado en la biblioteca algún libro o
cuaderno. Tenemos también restos de las
viejas bibliotecas de Jorge, mi suegro y de mi papá.
En
nuestra biblioteca están las aspiraciones de lectura que tuvo papá hace más de sesenta
años cuando compró la colección Austral que nos acompañó desde la vieja casa de
Reforma. La rescaté cuando murió mamá y
vendieron la casa nueva de la Calzada de los Fuertes.
Cuando
Jorge quitó su casa de Manzanillo, regaló todos sus libros, que consideraba su
mayor tesoro. Él amaba el mar y compró muchos libros de marineros. Aquí tenemos
su Gran Libro de los Océanos y los cinco volúmenes de la Enciclopedia General
del Mar; además cuatro volúmenes de Historia Mundial y las colecciones completas de
premios Nobel y de maestros rusos empastados en piel en los que Patricia, adolescente, se aficionó
a la lectura. También están algunos libros de budismo tibetano. Estos libros pasaron de Manzanillo a Morelia y luego a Puebla. En un lugar
especial está el libro titulado "Construyendo el mañana; viviendo intensamente
el presente" que Jorge escribió y mandó imprimir.
Me
sorprende que no haya libros de Carmelita, mi suegra. Era una gran lectora de teatro,
de novelas del siglo 19 y de lo que encontraba en su casa. Cuando fue perdiendo
la vista, leía con ayuda de una lupa. Cuando ya la lupa no sirvió, Jorge le
leía en voz alta. Tampoco hay libros de mi mamá. No recuerdo haber visto que
leyera nada con excepción de algunos documentos religiosos y la revista proceso.
Alina,
una hija, dejó aquí varias cajas de libros fotocopiados y engargolados de cuando
estudió su maestría de neurociencias. Ya no sirven y son lo primero que se irá
a la basura. Gonzalo, quien fue su esposo durante un tiempo, dejó varias
novelas policíacas y de ciencia ficción. Mis nietos tienen una repisa con
libros de cuentos y de Harry Potter.
Hay un
librito, casi edición casera, que el Instituto de Cultura de Michoacán imprimió
con poesías de mi otra hija, Viviana, que quería ser poeta cuando estaba saliendo de la adolescencia. Se le quitaron las ganas en la facultad de
Filosofía y Letras. Ahora es pintora. Ella dejó muchos libros de poesía y de
pintura. Manolo, quien fue su pareja unos años, dejó en la biblioteca un
portafolio con borradores de dibujos y diseños.
Cuando
murió la prima Martha, muchos de sus
libros de Psicología y Psicoanálisis vinieron a dar aquí. No sobrevivirán.
Patricia,
que es psicóloga por estudios pero historiadora por vocación, tiene una gran
cantidad de libros de historia de México. También sus colecciones de revistas National
Geographic, Vuelta y Letras Libres fueron creciendo menos de un centímetro por
mes y ya miden varios metros. Hay que contar también sus libros universitarios
de Psicología y Educación.
De lo
que yo he puesto, casi todo está obsoleto: Computación, Psicología y Educación.
Aun los libros de Estadística, que parecían definitivos, ya quedaron superados.
Casi nada sobrevivirá. También están los papeles que representan
mi pasado: diplomas, constancias, copias de publicaciones en las que aparece mi nombre, recortes de periódicos. Temo que mi pasado puede borrarse si esos papeles desaparecen.
A pesar
de la anunciada muerte de los libros impresos, la sala-biblioteca ya está
llena. Para la casa chica a la que posiblemente nos mudemos, resultarán muy
adecuados los libros electrónicos que no ocupan espacio.
A ver cómo nos va porque cambiar de ciudad es volver a empezar.
A ver cómo nos va porque cambiar de ciudad es volver a empezar.
Me dio melancolía..
ResponderEliminarIncomodidad, tristeza, ansiedad. No sé cómo describir lo que esta información me produce. Vives en una casa preciosa; una sala-biblioteca incomparable y acogedora, digna del "reposo de un guerrero". ¡Pero qué necesidad!
ResponderEliminarSaludos: LZE
Querido 312. no había tenido "tiempo" de leer tus publicaciones.. hoy, relajado - y con un poco de morbo por "me voy de Puebla" - le dediqué "unos minitos" (en realdad llevo más de una hora leyendolo.. ) Ya me eché tus 12 post y me lograste sacarme varias, VARIAS, sonrisas. Alguno que otro, se lo leí a Mateo. Te leo y me imagino un poco la vida de mis papás (académicos universitarios de esos "comunistas" que describía tu papá) y de la de mis suegros, más "sociales" en los lugares de moda. Debemos, antes de que decidas mudarte, vernos, tomarnos ese café como clientela mañanera (en NUBA por supuesto) y platicar sobre tus aventuras y las mías. Te mando un fuerte abrazo Memo y prometo leerte. Pon fecha y será un hecho ese café! =) Marco (311)
ResponderEliminarMe da un poco de tristeza el que se muden de casa.. pero si creen que es lo mejor les deseo mucha suerte!
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