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viernes, 20 de marzo de 2015

ORIENTACIÓN VOCACIONAL (Cuento)

Ser miembro del Club Rotario es un poco caro pero se pueden conseguir buenos clientes entre los socios que tienen por norma no engañarse entre sí. Luis acaba de integrarse a pesar de estar desempleado; o, tal vez, por eso mismo. Superó fácilmente la prueba de admisión que consistió en ir como invitado a tres sesiones. En realidad, los pocos miembros del club estaban ansiosos por admitirlo.
Luis ocupa el nicho 'Psicología'. Las reglas del club dictan que todo aquel socio que requiera de un psicólogo debe ir primero con él. El problema es que sus compañeros no saben para qué sirven los psicólogos. Así que sigue sin clientes, gastando sus ahorros en las cuotas, en las sesiones con comida y bebida y en las cooperaciones para las obras filantrópicas del club. Decidió aguantar y hacer el esfuerzo porque se da cuenta de que podría ser útil a muchos de sus nuevos amigos y a sus familiares.
En la noche de damas Luis va con Diana, su esposa, que también es psicóloga. Entre los dos se esfuerzan por explicar qué es lo que hacen los psicólogos y en cuántas cosas pueden ayudar. Las otras parejas los escuchan con cortesía hasta que Diana menciona la Orientación Vocacional con los adolescentes que no saben a qué dedicarse “porque son unos bobos aunque tengan cuerpo de adultos”. Esto provocó el interés inmediato de Edgar y la Nena, la pareja frente a ellos que intercambió miradas.
-¿Ustedes pueden saber cuál es la vocación de un muchacho? Nuestro hijo Renie terminó la prepa y ahora no sabe qué hacer. Nos gustaría que lo ayudaran.
Por abajo de la mesa, Diana le apretó la mano a Luis. Éste podría ser el primer trabajo remunerado que tuvieran en meses, desde que se vinieron de México con la promesa de un buen empleo en el Gobierno del Estado que finalmente no les cumplieron. Pero ya habían hecho la mudanza y decidieron quedarse.
-Renie es un problema desde que salió de la prepa -dice Edgar- Me pide dinero continuamente, anda en mi coche con su música a todo volumen, enreda mis cintas y no se decide por nada. Ojalá que ustedes puedan hacer algo por él.
Luis y Diana escuchan con atención profesional; no quieren interrumpir ni comentar. Entonces suena la campana anunciando que el presidente va a hablar.
“Amigos, somos un club social y de servicio. Ya socializamos y es tiempo de hablar de lo que podemos hacer por el bien de nuestro país. El hospital de cáncer infantil nos pide ayuda para renovar su equipo de laboratorio. Nuestro querido secretario va a pasar a sus lugares para recolectar su cooperación. Sean generosos. Recuerden que lo que nos ha dado Nuestro Señor es para ponerlo al servicio de quienes lo necesitan. Nosotros sólo lo administramos.”
Luis cruzó miradas con Diana y dio una cantidad mayor a la que había pensado. La consideró a cuenta de lo que cobraría por trabajar con el hijo de Edgar y la Nena que dieron una cantidad mucho menor.
Renie llegó tarde a la cita acordada. Venía en el coche de su papá escuchando música de banda. En la charla inicial para romper el hielo, demostró gran conocimiento de los grupos norteños y de las aventuras de sus integrantes. A la hora de trabajar, no entendió de qué se trataba la primera prueba de intereses vocacionales. Interpretaba mal las preguntas, cambiaba las palabras al leer y no sabía cuál opción debía marcar como respuesta correcta. Qué desastre, pensó Luis, ¿cómo ha podido terminar la preparatoria?
Luis decidió dejar a un lado las pruebas escritas y platicar con el muchacho sobre sus intereses.
-Quiero ser policía de caminos -dijo Renie- ahí se gana buen dinero. Tengo un amigo que no baja de mil pesos diarios. Ya me dijo que puede ayudarme a entrar. Hay que comprar la plaza y quiero pedirle prestado a mi papá pero se va a enojar. Tú convéncelo, él dijo que tú me ibas a ayudar.
-No sabía yo que los policías de caminos ganaran buen sueldo.
-No, el sueldo es lo de menos. La ganancia está en lo que te dan los camioneros para que no los detengas. Es fácil, no tienes que hacer nada. El camión se para cuando te ve y el chofer viene a darte un billete de cincuenta o de cien. Tú nomás estás en la patrulla oyendo música.
-¿Y si no se para el camión?
-¡Uh! Pues lo alcanzas con la sirena puesta y le sacas unos quinientos por querer pelarse.
-¿No es peligroso eso?
-No. Anda uno con pistola.
-Me refiero a que te vayan a encarcelar por extorsionar a los camioneros.
-Mientras pases la cuota a tus jefes, no te hacen nada. No les conviene.
-¿Qué opina tu papá de que quieras ser policía de caminos? Me da la impresión de que no le va gustar.
-Puede que se enoje pero no tiene razón porque pienso pagarle lo que me preste para comprar la plaza; hasta con intereses, si quiere. Es un buen trabajo y no le va a costar.
-Y si no se puede entrar a la policía de caminos ¿qué otra profesión te gustaría?
-También quisiera ser aduanero en la frontera. Ahí sí es un trabajo buenísimo. Se gana mucho pero es muy difícil entrar. Las plazas cuestan más de un millón. No creo que mi papá me preste para eso.
El muchacho está perdido y yo con él, pensó Luis. ¿Cómo les diré a Edgar y a la Nena que su hijo no quiere ni puede ir a la universidad, que apenas sabe leer y escribir, que aspira a ser corrupto y que necesita un préstamo para lograrlo? Si no soy capaz de orientarlo hacia un trabajo decente, se va a correr la voz en la ciudad de que soy un inútil y nadie querrá mis servicios.
Consultó la situación con Diana y ella opinó que debería decir las cosas como son para que Edgar y la Nena decidieran qué hacer. Acordó reunirse con Edgar para hablar de los intereses del muchacho. Luis temía que un mal resultado afectaría su futuro en Morelia.
-La universidad no es para todos -le dijo Luis a Edgar- Se necesita disciplina y hábitos de estudio. Todo indica que Renie no es un buen candidato para estudiar una carrera. Hay que buscarle alguna ocupación que no requiera licenciatura.
-Sí, es muy flojo ¿Para qué sirve mi hijo? Ya me cansé de que no haga nada y sólo gaste dinero.
-Precisamente. Él tiene miedo de qué te enojes si te pide para comprar una plaza de policía de caminos.
-¿Eso quiere ser, policía de caminos?
-O inspector de aduanas, que son plazas más caras
-¡Caramba, qué sorpresa! ¿De dónde habrá sacado esa idea? Quiere ganar dinero fácil y rápido. ¿Tu crees que pueda, que tenga carácter para ese trabajo?
-Sí lo creo, aunque me imagino que esto no era lo que esperabas cuando me lo mandaste para que lo ayudara.
-No, hombre, al contrario. Mejor que no vaya a la universidad y con lo que me ahorro compramos la plaza de policía que quiere. Raúl, nuestro presidente del club, está bien conectado con el jefe de la policía. Le voy a pedir que me eche una mano para que no salga tan cara la plaza. A la mejor hasta alcanza para que se meta de aduanero. Te agradezco mucho la ayuda que le diste porque yo no sabía qué hacer. Eres buen psicólogo. Me da gusto que seamos compañeros. Te voy a mandar a mi otra hija que tiene problemas con el novio.
Al poco tiempo, Luis y Diana se salieron de club. Sus ahorros se agotaron y decidieron regresar a la ciudad de México. A Renie le fue bien en la policía y ya está pensando en casarse con la hija de un jefe superior. Quedó agradecido y en deuda con Luis por haberlo ayudado a encontrar su vocación. Edgar y la Nena, que siguen en el club, están contentos con la perspectiva de la próxima boda.

domingo, 8 de marzo de 2015

EL TUNO (Cuento)


El noticiero matutino de la televisión hablaba del Tuno, que recibió cinco balazos esa misma noche. El doctor Rodrigo, que lo atendió en el hospital, estuvo muy atento a los comentarios y declaraciones de la policía. El sueño lo vencía, pero se quedó mirando hasta que se convenció de que no habría más noticias sobre ese tema.
El Tuno le hizo recordar al doctor Rodrigo aquella lejana tarde en Guadalajara cuando a verlo junto con sus amigos adolescentes. Esa tarde, planeaba declarársele ahí a la Cuqui Rivera, la chica mas bonita de la preparatoria. Sería la primera vez que se declaraba a una muchacha y pensó con cuidado lo que iba a decir. Pero la Cuqui tenía los ojos puestos en los muchachos que ya iban a la universidad.

El Tuno empezaba a ser conocido por sus boleros que ya sonaban en las estaciones de radio y por lo divertido que eran sus presentaciones. En la carpa todo parecía improvisado. Al frente, sobre una tarima, se sentaba el cantante con su guitarra. Desde ahí bromeaba con el público de las primeras filas, en las que estaban Rodrigo y su grupo de amigos. Desde el principio, Cuqui atrajo la mirada del Tuno quien se fijó también en el nervioso Rodrigo. “¿A poco ustedes ya saben del amor?”, les preguntó. El público, las muchachas, los amigos, y la misma Cuqui, empezaron a reírse. Sólo Rodrigo permanecía serio, lo que pareció enardecer al cantante. “A ver, dale un beso a la güerita, ¿Verdad que sí güerita?” La Cuqui gritó “ni loca” y el breve silencio fue roto por una carcajada.

Rodrigo recuerda que se levantó para salir de ahí. “Esto no es para chamacos” le dijo el Tuno y provocó una nueva carcajada. Humillado, se encerró en el baño. Estaba furioso contra el cantante. El resto de la función se quedó en la parte de atrás, oculto por uno de los postes que sostenían la carpa. Desde ahí vió como El Tuno se ensañó con una nueva víctima: un hombre joven que iba con su novia, a quien. entre canción y canción le disparaba algún dardo que el público celebraba con risas: “A ver cuéntanos de tus decepciones amorosas. Ándale, te presto el micrófono para que todos te oigan. Si tú no quieres, entonces que ella nos platique”. Al final, le pidió perdón al muchacho “porque te agarré de puerquito. Pero ve a que te devuelvan las entradas para que veas que soy cuate”. Rodrigo se imaginó que todas esas burlas podían haber sido para él.

En la salida, la Cuqui provocó nuevas risas cuando repitió en voz alta que ni loca. Los amigos se burlaron de la huida de Rodrigo y esa noche nació el famoso grito “¡Escóndete que viene el Tuno!” con el que durante meses lo molestaron. Él no volvió a mostrar interés por la Cuqui ni por ninguna de las amigas que estuvieron en la función. En las fiestas del grupo, bastaba que pusieran un disco del Tuno para que alguien repitiera las viejas burlas.
El antiguo enojo del doctor renació en el hospital con esos recuerdos. Ahora lo urgente era atender al herido que agonizaba. Ya los reporteros habían olido la nota y trataban de colarse a la sala de emergencias. El doctor prometió mantenerlos informados a cambio de que no estorbaran. Se sorprendió de que el Tuno fuera tan viejo, tan chiquito y con el pelo pintado. “Lo que son las cosas -pensó- ahora su vida está en mis manos”. No había vuelto a verlo desde aquella tarde en Guadalajara a pesar de que el Tuno se volvió famoso en la televisión. Siguió haciendo bromas pesadas con el público de los cabaretes y algunas de sus víctimas iracundas llegaron a amenazarlo públicamente.
Cuando Rodrigo era estudiante de la facultad de Medicina de la UNAM, sus compañeras lo consideraban buen partido y se lo disputaban. Les admiraba su sangre fría para sacrificar a los perros en los que practicaban cirugía. Logró muchas conquistas de una noche pero no se comprometía con ninguna. Poco a poco, como a los gatos ariscos, lo fue seduciendo una morenita que venía de Chihuahua, con quien se casó después de graduarse. Para entonces, el Tuno ya cantaba en el Café Copacabana, no lejos del apartamento de los recién casados. “Vamos a verlo, a mí me gustan sus canciones”, dijo la esposa. Él contestó que el tipo era un payaso, que no cantaba bien y que a él no le gustaban esa música. Ante la vehemencia del rechazo, ella no insistió ni volvió a comprar discos de boleros. Muchas veces, él la hacía reír cuando imitaba el estilo de los cantantes para decir cursilerías.
Con los años, El Tuno se volvió casi desconocido. A veces Rodrigo veía que lo anunciaban en alguna “caravana cultural” o como parte de presentaciones colectivas entre malabaristas, cómicos y encueratrices. Se olvidó de él hasta que lo reconoció en el área de urgencias.
En el noticiero de la televisión se enteró de que dos desconocidos tocaron a su puerta y cuando abrió le dispararon. Reconoció las tomas del hospital y luego su propia imagen declarando a los reporteros que hizo todo lo posible, pero que el paciente murió porque había perdido mucha sangre. Lo dijo sin parpadear ni desviar la mirada. La policía especuló que se trataba de una venganza de narcotraficantes por deudas no pagadas, o que se había metido con la esposa de algún político. Rodrigo prefiere pensar que lo mandó matar una de sus víctimas. Le gusta la idea de haber sido un cómplice secreto de quien hizo la parte sucia del trabajo que él terminó en el hospital, en el nombre de todos los puerquitos.

domingo, 1 de marzo de 2015

REUNIÓN FAMILIAR (Cuento)

Como todos los años, la respetable familia Torres preparó la Torrada. La reunión de todos los hijos, nietos y bisnietos del ilustre Don José Torres y su esposa, Doña Francisquita, que ya no están con nosotros pero cuyo ejemplo y recuerdo mantiene la unión y las buenas costumbres de la familia. Vienen Torres de las más diversas ciudades: de Colima, de Acámbaro, de Ciudad Guzmán. Hasta los López Torres vinieron de Zacatecas. Es una buena ocasión para que se conozcan todos, que son tantos.
La Torrada comienza con una misa solemne oficiada por el viejo obispo amigo de la familia quien fue protegido por los fundadores y se dice en secreto que estuvo a punto de abandonar el seminario medio enamorado de Asunción, que era bonita. En las bancas más cercanas al altar están los niños chicos con sus padres. Atrás, entre los jóvenes solteros, están Bernardo y Eduardo Torres González, muy pendientes de las primas endomingadas.
Al terminar la misa, el primer encuentro es en el atrio de catedral. Hasta las tías viejas, generalmente adustas, se ríen sin recato. Los jóvenes se buscan entre sí. Primas y primos se abrazan, se dicen cumplidos, intercambian sonrisas, y prometen sentarse juntos en la comilona. Tía Asunción abraza a Bernardo y le da una bienvenida efusiva, pero apenas saluda Eduardo sin tocarlo. Éste nota que las primas no lo saludan de beso ni los primos le buscan conversación. Le llama la atención que su hermano Bernardo, está muy abrazado de Doloritas y no para de bromear.
Alquilaron un salón campestre para la comida. “Siéntense donde quieran -instruye la Tía Asunción con un micrófono- Sólo dejen esta mesa para monseñor”. Alrededor de las mesas se van formando los grupos. Aquí las familias con niños pequeños, carreolas y biberones. Allá los adolescentes dispuestos a embriagarse. Más allá, los solteros ruidosos que hacen planes para irse a bailar en la noche. En la mesa central, las tías viejas presiden y se empeñan en atender al señor obispo que se ha quitado sus galas y sólo usa un discreto cuello romano de color púrpura.
Bernardo es el alma de su mesa. Brinda por todo, abraza a las primas, examina y elogia las medallas benditas que les adornan el pecho.  Doloritas está junto a él y le aprieta la mano con cualquier pretexto. En esa misma mesa está Eduardo quien ya no cabía pero se arrimó una silla y pidió que le abrieran lugar. Nadie platica con él y sólo le responden con monosílabos.
El vocerío se interrumpe cuando por el micrófono se anuncia que monseñor bendecirá la comida. “Bendita barbacoa, benditos frijoles, bendita salsa” dice Eduardo cuando acaba el señor obispo pero nadie se ríe. “Bendita cervecita” completa Bernardo y estallan las carcajadas. Los dos hermanos se miran extrañados porque en años anteriores el simpático era Eduardo.
Bernardo acerca la boca al oído de Doloritas.
-¿Qué pasa con Eduardo mi hermano? Lo traen apestado.
-Nada. Por qué lo dices. Yo lo veo igual que siempre.
-Dime qué pasa.- Le muerde la oreja.
-Nada. Ya estate, que nos van a a ver.

Al terminar la comida, mientras en todas las mesas se toma el tequila, la Tía Asunción habla por el micrófono: “Queridos Torres y amigos que nos acompañan: qué contentos estarían mi papito José y mi mamita Francisquita de ver a tantos de sus descendientes aquí reunidos”. “Sí nos están viendo desde donde están”, grita alguien con voz ahogada. “Tienes razón. Pero si nos están viendo, seguramente se entristecerán porque algunos de nosotros estamos en pecado”
-Oh, ya van a empezar los dramas.- Susurra Bernardo.
-¡Cállate!- Contesta Doloritas mientras le pellizca el muslo por debajo de la mesa.
“Vamos a pedirle a Papito José y a Mamita que intercedan por aquellos de sus descendientes que viven en pecado. Allá cada quien en su conciencia sabe de quién estoy hablando. Guardemos un minuto de silencio.”
Todos bajan la cabeza y Bernardo baja la mano a la pierna de Doloritas mientras le dice entre dientes “Reza por mí, primita hermosa, porque estoy en pecado de pensamiento, palabra y obra”. Ella aprieta la mano de Bernardo contra su vientre dando muestras de fervor.
Pasado el minuto, empiezan las conversaciones y las risas cuando vuelve a sonar la voz de la Tía Asunción por el altavoz. “¿Dónde está Eduardo Torres? Le voy a pedir que venga y nos acompañe un momento aquí en la mesa de los viejos”
Eduardo alza la mano. Silencio absoluto. Todos lo miran caminar muy descompuesto hacía la mesa de las tías. Así debían caminar ante los jueces los acusados de traición a la patria.
-¿No que nada, Doloritas? ¿Dime qué se traen con Eduardo?
-Pues tú ya lo has de saber. ¿Eres su hermano, no? ¿A poco no te das cuenta? Lo bueno es que tú no eres así. Sólo de pensarlo me espanto.
-No sé de qué hablas.
Eduardo se sienta frente las tías a un lado del señor obispo. Algunos curiosos se acercan a oír pero la Tía Asunción los aleja “ Váyanse de aquí. Queremos mucho a Eduardo pero esto no debe andar en boca de todo”. Como los curiosos no se van, la tía se rinde.
-Don Eduardo, te hemos mandado llamar por el mucho amor que te tenemos y le tuvimos a tu padre, nuestro hermano, que en paz descanse. Estamos preocupados por tí.
La tía mira al señor obispo quien está investigando su copita de cognac. Las otras tías se acomodan en sus sillas.
-¿De qué se trata, Tía Asunción? -pregunta Eduardo- Desde la mañana todo mundo me da la espalda.
 -¿Todo mundo? No puede ser. Sólo nosotros lo sabemos.- Se dirige a las otras tías- ¿Ustedes han comentado este dolor que nos causa Eduardito?
-No, no -todas lo niegan.
-Pues te lo tengo que decir: sabemos que vives en pecado. El más horrible. Si lo supiera tu padre se volvería a morir de vergüenza. Nunca habíamos tenido esto en nuestra familia Torres. Tú padre te educó para que fueras piadoso y te mantuvieras puro, y mira nada más cómo le correspondes.
-No sé a qué pecado te refieres, Tia.
-Me obligas a decirlo con todas sus letras: sabemos que tú... eres ateo.
Eduardo la mira fijamente, como miran los sordos cuando tratan de entender qué les dijeron. Infla la mejillas antes de responder.
-Ah, eso. No sé cómo se enteraron. Me da pena decirlo pero el ateo es Bernardo.
Entonces todas las otras tías y los curiosos empiezan a hablar al mismo tiempo y la noticia se corre en todas direcciones.
-Con razón -dice el obispo imponiendo silencio- te vi comulgar en misa y pensé que algo estaba mal. En cambio Bernardito estaba muy desatento.
Tía Asunción recupera el control. -Bueno, hijo, por favor dile a tu hermano que venga. Tenemos que volver a empezar.
Con la cabeza levantada y una media sonrisa, Eduardo va a la mesa donde su hermano lo espera con curiosidad.
-Ahí te buscan las monseñoras. Ya se enteraron de que eres ateo y me estaban regañando como si yo fuera.
-¿Tú eres el ateo, Bernardo?- Doloritas se levanta asustada.- Y yo de tonta. ¿Eres ateo? No me mientas.
-Pues sí.
-¡Vete! Ve con mis tías y el obispo, que mucho lo necesitas... Perdóname, Lalito, por pensar mal de tí. ¿Me perdonas? Ven, acompáñame. Tú, Bernardo, ve a que te enjabonen.
-¡Ah! Qué rápido me cambiaste. Yo creía que...
-No andes creyendo. Te aconsejo que vayas con mis tías o regreses a tu hotel. Aquí no te quedes.
Se escucha la voz de Tía Asunción. "¿Dónde está Bernardo Torres? Le voy a pedir que venga y nos acompañe un momento aquí en la mesa de los viejos”. Pero Bernardo ya va rumbo a su hotel. Esa fue la última Torrada a la que lo invitaron. Sin embargo todos los años se acuerdan de él cuando guardan el minuto de silencio.