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sábado, 10 de marzo de 2018

El último

Algunas veces, no muchas, mamá nos contaba anécdotas de su vida. Una de esas ocasiones en que estaba de buen humor nos platicó el revuelo que causó en Puebla por ser una de las primeras mujeres que tenía coche propio. Papá se lo compró en una de sus imprudencias. Además de no ser apta para manejar por ser mujer, quién sabe a dónde iría ni con quién.

Las consideraciones de papá erán prácticas. Mamá nos llevaba a la escuela. Luís y Bernardo iban a preprimaria, no sé si yo estaba en el kinder, Gabriel y Guadalupe todavía no. El cochecito era un Austin verde con asientos café. Pequeño, reflejaba la austeridad de la posguerra en mil novecientos cincuenta o cincuenta y uno. Supongo que papá lo compró usado. Recuerdo el adorno en el centro del cofre, la A redondeada con alas. También recuerdo que a veces había que 'darle cran' para arrancarlo y mamá debía pedirle el favor a algún hombre que estuviera cerca.

Gracias al milagro de internet, encuentro una imagen que se sobrepone a mi memoria:





Ni Gabriel ni Guadalupe tienen memoria del cochecito lo cuál me produce una cierta angustia. Yo debo ser el último ser vivo que recuerda ese coche en particular. Desparecerá cuando yo muera. Puedo equivocarme y alguna de las tias pueda confirmar la historia.

Una generación sacrificada



El desastre económico mexicano que estalló con la devaluación de 1977 y continuó toda al década de los ochentas, la década perdida, golpeó a todos los mexicanos; pero no a todos por igual. Quienes nacieron alrededor de 1950 constituyen la generación que llevó la peor parte. Quienes nacieron antes ya habían consolidado su poca o mucha fortuna. Quienes nacieron después tuvieron más tiempo de adaptarse. Pero la generación de 1950 estuvo en la primera línea de golpeo y fue sacrificada casi en su totalidad.

Los profesionistas de esta generación acababan de terminar sus estudios y recién habían entrado al mercado de trabajo cuando las empresas empezaron a recortar personal. Fueron ellos quienes salieron despedidos. Fueron los jóvenes de entre 25 y 30 años, los novatos que no tenían antigüedad, quienes resultaron sacrificables para que las empresas vivieran.

Esta generación fue la que vio desaparecer los créditos de interés social a plazo de 25 años cuando quiso comprar su casa. En lugar de eso se encontró con tasas de interés variable, a plazos nunca mayores de diez años y con los precios de todo marcados en dólares. Ellos fueron los primeros que pagaron quince mensualidades al año. Con los intereses variables nunca sabían cuanto les tocaría pagar cada mes. El terreno, el departamento en condominio o la casa siempre se llevó mas de la mitad de su ingreso familiar.

Sus años de mayor empuje vital, los de mayor productividad, entre los 30 y 40 de edad, fueron la década perdida de 1980 a 1990. Todos sus esfuerzos se perdieron. Fueron como autos atrapados en el lodo cuya potencia se vuelve humo y ruido sin avanzar ni un centímetro.

En estos años tuvieron que criar una familia. La década pérdida los encuentra con hijos pequeños que demandan gastos ineludibles. La ropa, las colegiaturas, el doctor y los zapatos aumentaron de precio mucho más rápido que los sueldos. Para mantener una familia ya no bastó un salario ni dos. Ahora tanto el padre como la madre tuvieron que buscar dos trabajos cada uno. La liberación femenina fue para ellos una necesidad económica más que una ideología avanzada.

Quienes quisieron hacer estudios avanzados se encontraron con que CONACYT y el INBA acababan de suspender las becas cuando ellos las solicitaron. Para ellos no hubo maestrías ni doctorados ni especializaciones en el extranjero. En las generaciones anteriores abundaban las becas y bastaba pedirlas para obtenerlas. La generación perdida no pudo especializarse por ahorrar las pocas divisas que tenía el país.

Esta generación fue la que vio aparecer en las ventanas de sus casas y departamentos anuncios ofreciendo todo tipo de servicios: enseñar inglés, poner inyecciones, reparación de aparatos eléctricos, etc. Antes era vergonzoso poner un letrerito en la ventana. Pero se tuvieron que aguantar. Al rato los vecinos hicieron lo mismo. Son ellos quienes los fines de semana van a los mercados sabatinos y dominicales a vender fayuca, chucherías y cosas de comer.

Cuando esta generación pudo empezar a gastar en algo más que lo indispensable vino el impuesto al valor agregado. Cuando juntó para el enganche de un coche vino el impuesto sobre automóviles nuevos. Cuando sus negocitos empezaron a tener clientes, Hacienda decidió cosecharlos una vez al mes.

Los bancos mexicanos dicen que su cartera vencida en tarjetas de crédito es ahora la mayor de todos los tiempos. Debe ser verdad. También debe ser verdad que la mayoría de los morosos, de los insolventes y de los extraviados nació alrededor de 1950. Lo mismo debe suceder con las carteras vencidas del campo.

Hace unos días apareció en los periódicos un anuncio bancario dedicado "a quienes después de hacer un gran esfuerzo nunca han ganado nada". En la fotografía se ve a un hombre secándose la cara de sudor o, quizá, de lágrimas. Sin duda ese anuncio va dirigido a los miembros de la generación perdida.

Ahora que el país empieza a recuperarse del naufragio, ellos están demasiado viejos para obtener un empleo fijo y hacer carrera en cualquier lado. Para ellos no habrá retiro ni jubilación. Seguirán picando piedra como siempre lo han hecho hasta que no puedan más. Esta generación no dejará huella en las ciencias ni en las artes, ni en la industria ni en la política. Dejará un enorme hueco que servirá de monumento a su sacrificio involuntario.


(Publicado originalmente el 13 de Diciembre de 1994. En 2004 añadí la siguiente nota: Aunque yo nací en 1947 me siento parte de esta generación perdida. Muchos de mis compañeros escolares son más que cincuentones y siguen buscando trabajo. No hace falta decir que, quizá por proyección freudiana, reflejé mis propias angustias y frustraciones en toda una generación de mexicanos.)

Árbol de la calle 59