En los
años 60, la vida de los adolescentes poblanos consistía principalmente en las
actividades de los sábados y domingos. Los días entre semana no había mucho más
que sobrevivir en la escuela, pero desde los viernes por la tarde empezábamos a
planear lo que haríamos al otro día. Casi siempre era lo mismo, aunque a veces
teníamos algunas aventuras extraordinarias. Como nuestra
escuela era sólo para hombres, las hormonas gobernaban los fines de semana.
Los
sábados por la mañana era muy frecuente ir al Club Alpha. A veces a nadar, pero
más bien a ver a las muchachas para cruzar sonrisas y saludos con ellas. A
veces a jugar dominó, siempre ruidosamente. Otras veces a caminar por ahí a ver
quién estaba. Las tardes sabatinas eran un poco aburridas. Podíamos juntarnos
en la casa de alguno a fumar y a echarnos pullas, o
podíamos caminar por la Avenida Juárez, que se llamaba La Paz, a ver a quién veíamos. Si teníamos coche y algo de dinero podíamos visitar
el café Rococó que estuvo de moda un tiempo, a ver quién estaba.
Los
domingos nos asomábamos a la misa de San Sebastián, que también estuvo de moda y también servía para ver y saludar a las muchachas. Las tardes de
domingo eran, simultáneamente, las más esperadas y las más aburridas. Era
importante tener un coche en el que nos apretábamos para la ronda dominical que
consistía en ir del Zócalo al Oasis: el primer 'drive inn' de Puebla que estaba al final de la avenida de la Paz. Si alguien tenía dinero, podíamos pedir un refresco y estacionarnos un rato; si no,
sólo entrábamos, mirábamos y salíamos. En el Zócalo,
dábamos un par de vueltas y regresábamos a La Paz. A las nueve de la noche cada quien a su casa y se quedaba la calle vacía como si hubieran soltado a
un león.
La
rutina se rompía algunos sábados cuando había fiesta con baile. Nos enterábamos
porque la noticia se corría en el colegio. Si invitaban a uno de nosotros,
todos íbamos. Entrar de gorrón, sin que te
corrieran, era una habilidad apreciada y admirada en
el colegio que suscitaba burlas cuando no se podía lograr. Sea como fuera, lo
más seguro es que en las fiestas nos arrinconáramos y tratáramos de tomar mucho
alcohol antes de animarnos a bailar.
Podía
ser también que alguien se robara una botella de su casa o de alguna tienda. Simplemente
buscábamos un lugar para tomárnosla y al siguiente día presumíamos nuestra
hazaña.
Entonces,
yo creía que mi vida era divertida y de lo mejor. Los primeros años que estuve
en México de estudiante venía los fines de
semana y trataba hacer lo mismo. Poco a poco dejé de hacerlo. Cuando empecé a
estudiar Psicología, a los 22, pude
mirar atrás y me alegré de haber salido de Puebla.
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