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domingo, 26 de enero de 2014

Vida en Puebla (5/12): Adolescencia en los sesenta

En los años 60, la vida de los adolescentes poblanos consistía principalmente en las actividades de los sábados y domingos. Los días entre semana no había mucho más que sobrevivir en la escuela, pero desde los viernes por la tarde empezábamos a planear lo que haríamos al otro día. Casi siempre era lo mismo, aunque a veces teníamos algunas aventuras extraordinarias. Como nuestra escuela era sólo para hombres, las hormonas gobernaban los fines de semana.
Los sábados por la mañana era muy frecuente ir al Club Alpha. A veces a nadar, pero más bien a ver a las muchachas para cruzar sonrisas y saludos con ellas. A veces a jugar dominó, siempre ruidosamente. Otras veces a caminar por ahí a ver quién estaba. Las tardes sabatinas eran un poco aburridas. Podíamos juntarnos en la casa de alguno a fumar y a echarnos pullas, o podíamos caminar por la Avenida Juárez, que se llamaba La Paz, a ver a quién veíamos. Si teníamos coche y algo de dinero podíamos visitar el café Rococó que estuvo de moda un tiempo, a ver quién estaba.
Los domingos nos asomábamos a la misa de San Sebastián, que también estuvo de moda y también servía para ver y saludar a las muchachas. Las tardes de domingo eran, simultáneamente, las más esperadas y las más aburridas. Era importante tener un coche en el que nos apretábamos para la ronda dominical que consistía en ir del Zócalo al Oasis: el primer 'drive inn' de Puebla que estaba al final de la avenida de la Paz.  Si alguien tenía dinero, podíamos pedir un refresco y estacionarnos un rato; si no, sólo entrábamos, mirábamos y salíamos. En el Zócalo, dábamos un par de vueltas y regresábamos a La Paz. A  las nueve de la noche cada quien a su casa y se quedaba la calle vacía como si hubieran soltado a un león.
La rutina se rompía algunos sábados cuando había fiesta con baile. Nos enterábamos porque la noticia se corría en el colegio. Si invitaban a uno de nosotros, todos íbamos. Entrar de gorrón, sin que te corrieran, era una habilidad apreciada y admirada en el colegio que suscitaba burlas cuando no se podía lograr. Sea como fuera, lo más seguro es que en las fiestas nos arrinconáramos y tratáramos de tomar mucho alcohol antes de animarnos a bailar.
Podía ser también que alguien se robara una botella de su casa o de alguna tienda. Simplemente buscábamos un lugar para tomárnosla y al siguiente día presumíamos nuestra hazaña.

Entonces, yo creía que mi vida era divertida y de lo mejor. Los primeros años que estuve en México de estudiante venía los fines de semana y trataba hacer lo mismo. Poco a poco dejé de hacerlo. Cuando empecé a estudiar Psicología, a los 22,  pude mirar atrás y me alegré de haber salido de Puebla.

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