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jueves, 23 de enero de 2014

Vida en Puebla (2/2) Los límites de la ciudad

A pesar de que nací y viví mi adolescencia en Puebla, hay lugares de la ciudad en los que me desoriento y no sé bien dónde estoy. No en las partes del centro, ni en las que se conserva el antiguo sistema de nomenclatura y numeración. Me pierdo fácilmente en las partes que no existían antes de 1964, cuando me fui.
La parte más alejada del centro era la que se había extendido hacia el norte: la colonia Santa María, la estación nueva de ferrocarriles y la zona de tolerancia conocida como Noventa poniente. El número lo dice todo, la Noventa estaba a cuarenta y cinco cuadras de la avenida Reforma y era el límite de la ciudad porque más allá estaba la autopista que parecía un obstáculo infranqueable.
Hacia el sur, el límite de la ciudad lo marcaba la carretera de Valsequillo que arrancaba en el panteón municipal. El balneario de Agua Azul ya se consideraba fuera de la ciudad. Ni qué decir del Club de Golf al cual se podía llegar sólo por un camino estrecho sin pavimento. Las pocas fiestas de quince años que se hacían ahí, evitaban a los colados porque era difícil llegar y se corría el riesgo de no poder entrar.
Más allá de la carretera a Valsequillo, había granjas y sembradíos. Por una vereda se llegaba en bicicleta a la laguna de San Baltazar en la que se podía pescar unas mojarritas ínfimas.
Por el oriente, el límite de la ciudad era el Seminario y la garita de Amozoc, en donde daban vuelta los camiones de la ruta Garita-Panteón para regresar. No hace mucho anduve por ahí y me resultó imposible identificar mis puntos de referencia. Atrás del Seminario arrancaba el camino al bosque de Manzanilla, que era un lugar favorito para los días de campo. Ahí fui de cacería alguna vez, armado con una escopeta bajo la guía de un tío.

En el poniente, el límite de la ciudad no estaba bien definido porque había varias colonias a lo largo de la carretera a México. Lo que sí es seguro es que 'El puente de México' ya estaba fuera de la ciudad, como a la mitad entre Puebla y Cholula. Cuando viajábamos con papá, el puente de México era la señal de que ya estábamos fuera y no había vuelta atrás. Al regresar, era señal de que ya faltaba poco para llegar. 

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