Otro
rasgo poblano que se nota después de un tiempo es el disimulo. Las personas
conocidas que se encuentran en la calle
o en las tiendas se voltean para otro lado, como si
de repente les interesaran las lámparas o cualquier cosa que esté sucediendo a
lo lejos. Si, al manejar, usted le pide al conductor de otro coche que le
permita dar vuelta o cambiar de carril, hará como que no lo ve.
Los
poblanos dicen de sí mismos que son
difíciles de tratar y que no pagan sus deudas. Esto último debe ser cierto,
tomando en cuenta el número de expedientes de demandas en los juzgados de la
ciudad. Hay familias de apellido ilustre, famosas por no pagar ni cumplir sus
compromisos. Familias cuyos miembros alardean de sus trampas como si fueran
hazañas reservadas a las personas inteligentes. Se los puede ver en los
restaurantes de lujo bebiendo con ostentación, mientras enfrentan demandas
judiciales de proveedores que confiaron en ellos.
Tres
instantáneas que reflejan, me parece, otro rasgo de carácter poblano. En la
primera se ve a una señora elegante que utiliza su teléfono dentro de un
supermercado de lujo. Con la mano que tiene libre, arroja a su carrito de compras cosas que apenas mira; una caja con
chocolates, adornos navideños, un juego de copas. Empuja el carrito un hombre
silencioso de aspecto humilde, seguramente su chofer.
La
segunda escena sucede en la misma tienda y es casi idéntica. Sólo que en esta
ocasión la señora que compra va seguida por dos sirvientas uniformadas que
empujan los carritos y atienden a tres niños que son los hijos de la señora. Es
que los niños han de haberse encaprichado con ir a la tienda, y no dejan
comprar a gusto.
La
tercera es en una calle protegida por las rejas de un fraccionamiento cerrado.
Una sirvienta uniformada pasea a un par de perros, uno grande y otro chico. Los
tres parecen aburridos, aunque los perros se animan un poco cuando me ven paseando a Úrsula que olisquea al otro lado de la reja. Imagino que, como yo, la patrona ha
visto al Encantador de perros en la tv y sabe que sus perros necesitan
ejercicio. Para tranquilizar su conciencia interespecie, manda a la sirvienta.
Si hemos
de adivinar el carácter de una ciudad a partir de lo que presume, diremos que
lo que más les gusta a los poblanos son las iglesias y la comida. Es casi lo
único que aparece en los folletos de turismo de la ciudad. Hay un dicho de
tiempos de la colonia que refleja bien el gusto poblano por comer y rezar: 'Hay
cuatro cosas que come el poblano: puerco, cerdo, cochino y marrano'. Al comer
carne de cerdo con ostentación, los poblanos coloniales le decían a sus vecinos
'Soy cristiano viejo, nadie piense que soy judío'.
Se
contaba como verdad que, allá por los años 50, en el Puente de México, ya para
despedir a los visitantes, había un letrero
que decía algo así como 'Puebla te despide y agradece tu visita'. Abajo,
alguien había pintado 'No somos como dicen'. Luego, uno de los visitantes
completó 'Somos peores'. Esta anécdota causaba mucha risa tanto a los poblanos
adoptivos como a los de nacimiento.
"El disimulo"... siempre me ha intrigado cómo se aprende, cuándo, cómo se perfecciona... Es tan poblano... un acuerdo tácito e inviolable "hago que no te veo, y tú no osarás actuar como sabiendo que sí te veo; y luego jamás lo comentaremos; entre nosotras, como si nunca hubiera sucedido".
ResponderEliminarY nomás por fregar, me gusta romper el acuerdo y buscarles la mirada y gritarles "Buenos días"...
Gracias Memo