Hasta los 42 ó 43 años mi vida parecía en el camino correcto del que resultaría difícil desviarla. Tenía yo un buen trabajo, era reconocido y apreciado, ganaba bien, mis hijas estaban creciendo razonablemente sanas. Si me hubieran preguntado como me veía dentro de 20 años, habría yo respondido que más o menos como estaba en ese momento. Más viejo pero esencialmente igual.
Nos fuimos a vivir a Morelia con la intención de seguir igual, sólo que allá.Pero más o menos a los 45 tenía la sensación de que mi vida estaba acabada; que lo hecho hasta ese momento era todo; que era yo como un boxeador viejo peleando en las plazas de los pueblos a cambio de la cena; que de ahí para adelante todo sería sufrir y resistir en el despeñadero. Al escudriñar el futuro, todo era obscuro. Pero la vida es incierta, como dijo el poeta; algunos de los mejores años de mi vida, de las mejores cosas que me han pasado, han sido y siguen siendo después de esos años negros.
Me he vuelto un poco optimista a fuerza de fallar en mis predicciones pesimistas. Aun ahora, cuando el futuro vuelve a obscurecerse, quiero creer que algo inimaginado y feliz puede ocurrir.
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