Un respetado columnista político se queja en su colaboración de la música a todo volumen que producen los antros en los alrededores de la Universidad de las Américas que molestan a los vecinos e impiden el estudio. Según parece, las autoridades de la Universidad y algunos vecinos ya han solicitado a los dueños de los antros que bajen el volumen. También han recurrido al ayuntamiento. Todo sin éxito.
¿Qué hacer? En el país ideal el Estado debería ser lo suficientemente fuerte para imponer la ley. Pero aquí ¡caray! eso no se puede.
Olvidémonos del Estado ideal que sólo sirve para que los columnistas escriban cada semana lo que sí y lo que no debe ser. Para empezar, en el país ideal ni habría música estruendosa fuera del antro ni habría necesidad de quejarse.
Sostengo que la música estruendosa en el espacio publico es una más de las muchas manifestaciones de barbarie que se presentan en nuestro país. En mi opinión, la barbarie consiste en el descuido del bien común, en la acción individual sin importar el daño que causa, en la destrucción de la propiedad colectiva, en la desobediencia a la ley siempre que me conviene y, por supuesto, en el desprecio a la cultura, a la ciencia y a las artes.
La civilidad es lo contrario; incluye la acción colectiva coordinada, el cuidado de la propiedad común, el respeto a la ley por que es la ley aunque no esté yo de acuerdo con ella, y el aprecio por el conocimiento.
Entonces ¿cuál es la respuesta civilizada ante el antrero abusivo que nos ensordece? Me parece que la acción colectiva, coordinada, y organizada de todos los afectados. Es una propuesta mucho más modesta y realizable que esperar a que la educación pública elimine el problema dentro de una o dos generaciones. También es una propuesta más factible que esperar a que nos convirtamos en el estado ideal según los gustos de cada quien.
Organizar a un grupo de vecinos para combatir un abuso que todos padecen es más difícil que quejarse y lamentarse en público o en privado, pero es mucho más fácil que hacer una revolución triunfante y poner un gobierno que nos guste.
La dificultad para organizar una acción colectiva en beneficio de todos es, me parece, parte de nuestra misma falta de civilidad.
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