Fuimos a Morelia confiando en que mi currículo académico me abriría las puertas de un buen empleo. Si eso fallaba, mi experiencia como psicólogo infantil me serviría para aclientelar un consultorio. Aunque trabajé en la docencia universitaria, sólo fue por horas frente al pizarrón según la demanda de cada semestre. También tuve un consultorio de problemas infantiles que se llenaba en tiempo de exámenes y se vaciaba durante las vacaciones escolares.
Sin embargo, desde el punto de vista de desarrollo personal y profesional, mis años en Morelia fueron los mejores. Los logros de los que estoy más orgulloso son de esa época que va de 1988 a 1999. La falta de empleo fijo, el tiempo libre abundante y las necesidades educativas de los niños del consultorio, me provocaron una explosión de creatividad. Bien decían los médicos medievales que el estomago vacío favorece el pensamiento y la imaginación porque los vapores que ascienden del estomago lleno adormecen al cerebro.
Al principio, estaba yo ansioso por demostrarle a los funcionarios de la Universidad Nicolaíta mi utilidad a pesar de no ser nativo michoacano. Tomé de un libro un grupo de cuestionarios de autoaplicación para orientación vocacional y los puse en una computadora del Centro de Orientación Vocacional. La idea era que cada quien descubriera su áreas de interés y posibles profesiones.
Quienes iban al Centro en busca de orientación, se sentaban frente a la pantalla a responder los cuestionarios. Luego, de acuerdo con las respuestas, el sistema les hacía sugerencias. Un muchacho que pasó por la experiencia, terminó emocionado y me llenó de elogios y agradecimientos. Había encontrado su vocación después de un par de horas respondiendo las preguntas.
La parte más tediosa de la orientación vocacional es calificar y contabilizar las respuestas a las pruebas psicológicas. Algunas tienen más de seiscientas preguntas. Luego se transforman los resultados según las normas estadísticas, se elabora una gráfica y se interpretan los resultados. Hice programas para aplicar y calificar en computadora las pruebas más usadas. Lo único que no hacían los programas era dar los consejos. Le dejé ese trabajo a los orientadores.
Mi currículo académico no me abrió puertas pero me facilitó combinar dos habilidades separadas: mis conocimientos de programación y mi experiencia como educador de niños sordos y paralíticos. Los resultados fueron espléndidos.
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