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sábado, 16 de agosto de 2014

LAS FLORES DE CLARITA. Cuento.

La familia Méndez está hincada frente a un grueso eucalipto en la avenida Forjadores de Puebla. El maestro carpintero don Ángel, con su esposa Clara y sus dos hijos, Angelito y Chucho, están en un camellón en el que apenas caben los cuatro. Los autos y camiones les pasan por ambos lados. Durante casi cuatro años han venido a rezar,  traer flores y  sacudir la cruz que don Ángel hizo con todo amor y en la que escribió con letra muy cuidada: Aquí falleció la señorita Licenciada María Clara Méndez Muñoz. Nació 15 Marzo 1980. Descansó 21  Mayo 2009. Recuerdo de sus padres y hermanos. DEP.
Clarita fue la hija mayor.  Le gustaba la escuela y sacaba buenas calificaciones que enorgullecían a su padre. No como sus hermanos que eran muy flojos para el estudio. Cuando terminó la preparatoria, doña Clara quería que trabajara para ayudar con los gastos de la casa. Clarita dijo que quería ir a la universidad y ser abogada. ¿De dónde habría sacado esa idea? Nadie de su familia ni de los vecinos y amigos de la colonia Romero Vargas iban a la universidad. Don Ángel supo que no podría oponerse y que tendría que limitar sus gastos.
Cuando Clarita entró a la facultad, hicieron una fiesta. Hubo discursos, brindis y bromas. Le decían que se acordara de sus amigos de la colonia, que los sacara de la cárcel y los defendiera cuando los quisieran embargar. Ella prometió ser buena estudiante y  agradeció a sus papás y a sus hermanos el esfuerzo que harían.
Don Ángel despidió a sus ayudantes de la carpintería y metió a Angelito y a Chucho como aprendices.
-Tenemos que chambearle duro para sacar adelante a Clarita.
Gastaban en libros, en camiones, en comidas y en la ropa que necesitaba para las prácticas profesionales y para algunas fiestas de los estudiantes.
Clarita tomaba el camión a las seis de la mañana para ir a sus clases. Su mamá le preparaba café y le daba dinero para una torta. Después de la universidad, iba a los juzgados a hacer sus prácticas como litigante.  Regresaba por la noche a merendar el recalentado de la comida. Desde el tercer año, ya llevaba algunos asuntos y ganaba sus centavos. Quería comprarse un cochecito.
Ella cumplió su promesa. El día de su graduación, toda la familia fue a la ceremonia en la facultad. Se sentían raros: ellos con el traje que les apretaba y Doña Clara sin delantal para limpiarse las manos antes de saludar. Compraron las fotografías que ahora están en las paredes de la casa: Clarita recibiendo su diploma, Clarita con todos sus compañeros, Clarita abrazando a sus papás, Clarita entre sus hermanos.

Una noche vinieron a avisar: "Maestro Méndez, ahí está Clarita en el camellón. Tuvo un accidente".
-¡Ay, Dios Santo! ¿Qué le pasaría a tu hermana? Que no sea grave.
Con esa esperanza llegaron al lugar del accidente. Ya había mucha gente alrededor de Clarita, tendida al pie de un árbol. Una camioneta venía muy rápido, le pegó y se fugó. Se veían en el pavimento las marcas del  frenazo. Llegó la ambulancia y no quiso levantarla porque ya estaba muerta. En medio de la desgracia, don Ángel memorizó cuál árbol era.
Hizo la cruz de caoba y a los nueve días del accidente fue con su familia y los vecinos a colocarla en el árbol. Ahí, delante de todos, don Ángel prometió que siempre estaría pendiente de la cruz. Desde entonces venía cada semana con alguno de los muchachos a dejar las flores de Clarita. Recogía las marchitas y dejaba uno o dos ramos nuevos atados con listones de seda para que no se los llevara el viento.
Los empleados del ayuntamiento que hacen la limpieza de los camellones no quitaban las flores. Son de la cruz y de la difunta, dicen.
Así pasaron tres años hasta que doña Clara dijo que ya no debían gastar tanto en flores, que había muchos pendientes, que Clarita, desde donde estuviera, sabría perdonar si ya no le llevaban, más ahora que Angelito estaba haciendo su cuarto para traerse a la muchacha. Don Ángel dijo que él había hecho el juramento de ponerle siempre sus flores; que no le importaba lo que costaran, que para qué quería el dinero. Angelito y Chucho estuvieron de acuerdo con su mamá: querían mucho a Clarita pero deveras ya no alcanzaba el dinero.
Don Ángel siguió llevando las flores él solo.  Lloraba frente al árbol porque no quería traicionar a su hija ni dejarla morir otra vez. Sentía que todo el esfuerzo se iba a desperdiciar. Había muchas necesidades en la casa, sí, pero lo primero era su juramento. Hasta que Angelito se puso bravo y exigió más dinero por estar al frente de la carpintería. Así que ya no alcanzó para tanta flor.
Ahora, arrodillados,  rezan  y le explican a Clarita por qué ya no le traerán flores cada semana. Sólo en sus aniversarios: de nacimiento, del accidente y de la graduación.
-…y el día de Santa Clara, y el día de muertos.- Don Ángel quiere seguir hablando, pero las palabras se le atoran.

Hoy dejarán cuatro ramos. Dentro de algunos días, los empleados del ayuntamiento se llevarán las flores. -Ya están bien secas -dirán- Ya podemos recogerlas sin que la difunta se vaya a molestar.

Mayo, 2014.

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