La
nota sobre el asesinato del Chiquilín, cantante de boleros, llamó
la atención del doctor Rodrigo mientras leía el periódico esa
mañana de 1997. Se enteró de que vivía no muy lejos, en una calle
por la que él había pasado varias veces. De haberlo sabido, la
habría evitado
El
doctor recordó esa tarde remota en Guadalajara cuando junto con sus
amigos adolescentes fue a la carpa en la que se presentaba el
compositor, que empezaba a ser famoso por su gran éxito del radio:
Así me gusta. En la carpa todo parecía improvisado. El
público se sentaba en bancas de madera sin respaldo. Encima de una
tarima que lo elevaba un poco sobre el público, el Chiquilín
sentado con su guitarra. Los postes que sostenían la carpa obstruían
la vista.
Antes
de cantar, el Chiquilín empezó a bromear con el público de las
primeras filas entre las que estaba Rodrigo con sus amigos. "¿A
qué vinieron? Esto no es para chamacos ¿A poco ustedes ya entienden
del amor?" Entre canción y canción, el Chiquilín se ensañó
con un hombre joven que estaba con su novia. "A ver tú,
cuéntanos de tus decepciones amorosas". "Ahora sí ya nos
vas a contar. Ándale, no le saques. Te presto el micrófono".
El público reía a carcajadas. Feliz, el Chiquilín paseaba su
mirada como buscando una nueva víctima. Rodrigo no quería mirarlo
para que no le dijera algo. No sabía para dónde voltear. Se agachó
como para amarrar sus zapatos. Hiciera lo que hiciera, si el
Chiquilín se fijaba en él se daría cuenta de su miedo y sería el
nuevo hazmerreir. Con la respiración agitada, se levantó para ir al
baño y se tardó lo más que pudo. No regresó a su lugar. Se quedó
lejos del cantante, ocultó trás un poste hasta que la función
acabó.
En una
burla final, el Chiquilín le pidió perdón al hombre joven "porque
te agarré de puerquito. Para que veas que soy cuate, ve a que te
devuelvan las entradas". Con eso provocó la última carcajada
Los
éxitos del Chiquilín aumentaron. Los hoteles y cabaretes se lo
disputaban. Salía en la televisión y se presentaba de manera
regular en el café Copacabana que siempre estaba lleno. "Vamos
a verlo" le dijo su esposa al doctor Rodrigo cuando estaban
recién casados. Él dijo que odiaba los boleros, que el Chiquilín
era un payaso, que ni cantaba bien, que no entendía por qué era tan
famoso. Eso dijo, pero sabía muy bien por qué no quería ir a
verlo. Desde entonces, en casa del doctor quedaron prohibidos los
boleros, los cantantes románticos, y los tríos.
En los
siguientes años, la fama del Chiquilín se fue opacando. A veces, el
doctor Rodrigo veía que aparecía como "invitado especial"
en algún programa de televisión, -y cambiaba de canal
inmediatamente- o que lo anunciaban en algún teatro de variedades
entre, malabaristas, cómicos y encueratrices.
Se
olvidó del Chiquilín hasta la noticia del asesinato. A las once de
la noche, dos hombres tocaron la puerta de su casa y cuando abrió le
dieron cinco balazos. Nunca se aclaró el crimen. La policía
especuló que se trataba de una venganza de narcotraficantes por
deudas. También dijeron que se había metido con la esposa de un
cacagrande. El doctor Rodrigo sospecha que lo mandó matar uno de sus
puerquitos. Como si le hubieran quitado un peso de la espalda, se
sintió aliviado al terminar de leer la noticia.
P.D. (13 Ene 2015) Reelaboré completamente este cuento. Aparecerá en este blog.
P.D. (13 Ene 2015) Reelaboré completamente este cuento. Aparecerá en este blog.
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