La familia Méndez está
hincada frente a un grueso eucalipto en la avenida Forjadores de Puebla. El
maestro carpintero don Ángel, con su esposa Clara y sus dos hijos, Angelito y
Chucho, están en un camellón en el que apenas caben los cuatro. Los autos y
camiones les pasan por ambos lados. Durante casi cuatro años han venido a
rezar, traer flores y sacudir la cruz que don Ángel hizo con todo
amor y en la que escribió con letra muy cuidada: Aquí falleció la señorita Licenciada María Clara Méndez Muñoz. Nació 15
Marzo 1980. Descansó 21 Mayo 2009.
Recuerdo de sus padres y hermanos. DEP.
Clarita
fue la hija mayor. Le gustaba la escuela
y sacaba buenas calificaciones que enorgullecían a su padre. No como sus hermanos
que eran muy flojos para el estudio. Cuando terminó la preparatoria, doña Clara
quería que trabajara para ayudar con los gastos de la casa. Clarita dijo que
quería ir a la universidad y ser abogada. ¿De dónde habría sacado esa idea?
Nadie de su familia ni de los vecinos y amigos de la colonia Romero Vargas iban
a la universidad. Don Ángel supo que no podría oponerse y que tendría que
limitar sus gastos.
Cuando
Clarita entró a la facultad, hicieron una fiesta. Hubo discursos, brindis y bromas.
Le decían que se acordara de sus amigos de la colonia, que los sacara de la
cárcel y los defendiera cuando los quisieran embargar. Ella prometió ser buena
estudiante y agradeció a sus papás y a
sus hermanos el esfuerzo que harían.
Don
Ángel despidió a sus ayudantes de la carpintería y metió a Angelito y a Chucho
como aprendices.
-Tenemos
que chambearle duro para sacar adelante a Clarita.
Gastaban
en libros, en camiones, en comidas y en la ropa que necesitaba para las
prácticas profesionales y para algunas fiestas de los estudiantes.
Clarita
tomaba el camión a las seis de la mañana para ir a sus clases. Su mamá le
preparaba café y le daba dinero para una torta. Después de la universidad, iba
a los juzgados a hacer sus prácticas como litigante. Regresaba por la noche a merendar el recalentado
de la comida. Desde el tercer año, ya llevaba algunos asuntos y ganaba sus
centavos. Quería comprarse un cochecito.
Ella
cumplió su promesa. El día de su graduación, toda la familia fue a la ceremonia
en la facultad. Se sentían raros: ellos con el traje que les apretaba y Doña
Clara sin delantal para limpiarse las manos antes de saludar. Compraron las
fotografías que ahora están en las paredes de la casa: Clarita recibiendo su
diploma, Clarita con todos sus compañeros, Clarita abrazando a sus papás, Clarita
entre sus hermanos.
Una
noche vinieron a avisar: "Maestro Méndez, ahí está Clarita en el camellón.
Tuvo un accidente".
-¡Ay,
Dios Santo! ¿Qué le pasaría a tu hermana? Que no sea grave.
Con
esa esperanza llegaron al lugar del accidente. Ya había mucha gente alrededor
de Clarita, tendida al pie de un árbol. Una camioneta venía muy rápido, le pegó
y se fugó. Se veían en el pavimento las marcas del frenazo. Llegó la ambulancia y no quiso
levantarla porque ya estaba muerta. En medio de la desgracia, don Ángel memorizó
cuál árbol era.
Hizo
la cruz de caoba y a los nueve días del accidente fue con su familia y los
vecinos a colocarla en el árbol. Ahí, delante de todos, don Ángel prometió que
siempre estaría pendiente de la cruz. Desde entonces venía cada semana con
alguno de los muchachos a dejar las flores de Clarita. Recogía las marchitas y
dejaba uno o dos ramos nuevos atados con listones de seda para que no se los llevara
el viento.
Los
empleados del ayuntamiento que hacen la limpieza de los camellones no quitaban
las flores. Son de la cruz y de la difunta, dicen.
Así
pasaron tres años hasta que doña Clara dijo que ya no debían gastar tanto en
flores, que había muchos pendientes, que Clarita, desde donde estuviera, sabría
perdonar si ya no le llevaban, más ahora que Angelito estaba haciendo su cuarto
para traerse a la muchacha. Don Ángel dijo que él había hecho el juramento de
ponerle siempre sus flores; que no le importaba lo que costaran, que para qué
quería el dinero. Angelito y Chucho estuvieron de acuerdo con su mamá: querían
mucho a Clarita pero deveras ya no alcanzaba el dinero.
Don
Ángel siguió llevando las flores él solo. Lloraba frente al árbol porque no quería
traicionar a su hija ni dejarla morir otra vez. Sentía que todo el esfuerzo se
iba a desperdiciar. Había muchas necesidades en la casa, sí, pero lo primero
era su juramento. Hasta que Angelito se puso bravo y exigió más dinero por
estar al frente de la carpintería. Así que ya no alcanzó para tanta flor.
Ahora,
arrodillados, rezan y le explican a Clarita por qué ya no le traerán
flores cada semana. Sólo en sus aniversarios: de nacimiento, del accidente y de
la graduación.
-…y
el día de Santa Clara, y el día de muertos.- Don Ángel quiere seguir hablando,
pero las palabras se le atoran.
Hoy
dejarán cuatro ramos. Dentro de algunos días, los empleados del ayuntamiento se
llevarán las flores. -Ya están bien secas -dirán- Ya podemos recogerlas sin que
la difunta se vaya a molestar.
Mayo, 2014.
¿"Le decían a que se acordara"?
ResponderEliminarYa corregí esa a.
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