Este era un niño que se llamaba Felipito. Cuando cumplió ocho años, sus papás le hicieron una fiesta de cumpleaños a la que invitaron a todos sus amigos de la escuela. Los niños y las niñas de segundo año le trajeron muchos regalos y estuvieron muy contentos. Lo único que no les gustó fue que, otra vez, todo lo que había de comer era pizza de jamón y helado de vainilla con cajeta. Es lo que Felipito pidió. Lo mismo pasó en su fiesta de siete años y en la de seis. Los niños invitados dijeron “¿Otra vez pizza de jamón y helado de vainilla con cajeta?” Eso es lo que come Felipito todos los días. El helado de fresa no le gusta. El de chocolate le sabe horrible. Y al de vainilla hay que ponerle cajeta porque si no, hace un berrinche y no se lo come.
Cuando trajeron el pastel de la fiesta con ocho velitas, todos los niños se pusieron muy contentos porque era de chocolate. Cantaron ‘Las mañanitas’ y ‘Feliz cumpleaños’ y le pidieron a Felipito que apagara las velas. Él sopló con todas sus fuerzas pero sólo pudo apagar seis velas. Luego los niños le dijeron que tenía que darle la primera mordida al pastel. Felipito no quería probarlo y los niños estaban esperando porque si él no empezaba, los demás no podían comerlo. Su mamá le dijo “Ándale Felipito, prueba el pastel para que todos los demás puedan comerlo”. Pero él no quería. Entonces todos los niños empezaron gritar “Que lo muerda... que lo muerda”. Hasta que Felipito, que estaba parado frente al pastel dijo “Es que no me gusta”. Todos los niños y niñas empezaron a decir que lo tenía que pribar aunque no le gustara porque si no, nadie podría comer. “Es que no me gusta” volvió a decir Felipito. Entonces, uno de los niños más grandes lo empujo de la cabeza y le embarró la cara y la boca de pastel. Ya con eso, todos los niños pudieron comer.
Claro que Felipito está muy flaco y chiquito porque su mamá no puede darle todos los días pizza de jamón y helado de vainilla con cajeta. ¿Y entonces qué pasa? Pues que come muy poquitito. Si le dan carne, se come dos pedacitos y se pone a jugar. Luego dice “Ya acabé” y lleva corriendo su plato a la cocina con toda la carne que no se comió. Otras veces riega la comida por todo el plato para que parezca que ya es poquita.
Su papá le dice “Cómete la carne, Felipito, para que te pongas fuerte” y él contesta “Es que no me gusta, papá”. Su mamá le dice “Come la carne para que te pongas gordito” y Felipito contesta “Es que no me gusta, mamá”. A veces, su papá se enoja y le dice que tiene que comer, que no se puede parar de la mesa hasta que se acabe toda la comida. Entonces, cuando no lo ven, Felipito tira la comida al suelo para que se la coma el perro que se llama ‘Pipo’. “Ya acabé” dice Felipito mientras Pipo limpia todo.
Un día, su amigo Santiago lo invitó a comer a su casa. La mamá de Felipito se puso muy preocupada porque ya sabía que no iba a comer nada y a la mejor no lo volvían a invitar. Entonces inventó una mentira y le dijo a la mamá de Santiago “Gracias por invitar a comer a Felipito a tu casa, él está un poco enfermo del estómago y lo único que puede comer es pizza de jamón y helado de vainilla con cajeta. Yo puedo llevar eso a tu casa para que él coma”. Felipito, que estaba oyendo, se puso muy contento. Pero la mamá de Santiago dijo que ella tenía milanesas con puré de papa que todos los niños pueden comer sin que les haga daño. Felipito oyó eso y pensó “¿Milanesas? Quién sabe qué será eso. No me van a gustar, y no me las voy a comer”.
Cuando llegaron a la casa de Santiago, Felipito estaba muy preocupado porque no sabía qué hacer para no comer eso que le iban a dar. “¿Tú tienes perro?” le preguntó a su amigo. “Sí, tenemos dos perros”. Entonces Felipito pensó “Voy a hacer lo mismo que hago con Pipo” y se puso muy contento. Llegó la hora de la comida y venía de la cocina un olor muy sabroso. “Mm, que rico huele como a pizza de jamón” dijo Felipito. “No, no, huele a milanesa. Vengan, niños, a comer” dijo la mamá de Santiago. “No me gusta y no me la voy a comer” pensó Felipito. Le sirvieron un milanesa muy grande partida en pedazos. Felipito estuvo revolviéndola con el tenedor sin probarla. “Esta carne se ve horrible y ha de saber horrible” pensaba. Pero la mamá de Santiago le dijo que se la comiera, que no le iba a hacer daño al estómago. “Es que está caliente -dijo- estoy esperando que se enfríe”. Santiago ya se estaba acabando su milanesa y Felipito, que todavía no probaba la suya, dijo “¿Y dónde están los perros? Me gustaría verlos ahora”. Pero los perros estaban en el jardín y no los dejaban entrar a la casa cuando era la hora de la comida. Entonces Felipito cogió el pedazo de carne más chico que encontró y se lo llevó a la boca pero no lo masticó. Ahí lo tuvo en la boca hasta que se lo tragó con un gran buche de agua. Cogió otro pedacito y lo mismo. Pero se le acabó el agua y ya no pudo hacer más buches. Como todavía le quedaban muchos pedazos de carne en su plato, Felipito hizo el truco de la servilleta: se metía un pedazo de carne a la boca y hacía como que se limpiaba para escupir y envolver el pedazo con la servilleta. Cuando dijo “ya acabé”, su plato estaba limpio y su servilleta mostraba el bulto con todos los pedazos de carne. La mamá de Santiago dijo “De postre hay helado de vainilla porque le gusta a Felipito”. “A mí me gusta con cajeta” dijo él. Pero no había cajeta. “¿Qué clase de casa es esta en la que no hay cajeta?” pensaba Felipito que quería llorar, pero se aguantó y sólo se le salió una lagrimita. De puro berrinche, no se comió el helado. Lo revolvió con la cuchara hasta que se derritió totalmente.
Otro día, su mamá pensó en un truco para hacerlo comer otra cosa que no fuera lo mismo de siempre. Preparó un pastel de carne y le dijo a Felipito que eso era una pizza de jamón de un nuevo estilo. Pero Felipito pensó “me quieren engañar para que coma eso pero no me voy a dejar”. Llegó la hora de comer y probó un pedacito que le supo muy bueno. Entonces no supo qué hacer. Probó otro pedacito y, sí, estaba bueno. De todos modos, al final decidió que no se lo iba a comer porque no era pizza de jamón y que ya todos deberían saber que eso era lo único que él comía. Dijo “no me gusta” y no se lo comió aunque sí le había gustado.
En la escuela se volvió famoso por no comer casi nada. Sus compañeros le pusieron de apodo “Felipito, nomegusta” . Hasta una maestra le dijo “nomegusta” y todos los niños se rieron porque la maestra creyó que así se llamaba.
Cuando iba a cumplir nueve años empezó a repartir las invitaciones para su fiesta de cumpleaños. Todos los niños decían “Ya sabemos lo que va a haber en tu fiesta: pizza de jamón y helado de vainilla con cajeta. Ya no queremos eso”. Entonces la mamá de Felipito dijo que cocinaría cosas muy sabrosas para todos y lo mismo de siempre para el cumpleañero.
Llegó el día de la fiesta y Felipito estaba muy ansioso tratando de adivinar qué le traerían sus amigos. El primero que llegó fue Santiago con una gran caja de regalo. ¿Y qué era? Una rica pizza de jamón toda entera para Felipito. Luego llegó una niña con su regalo que era un bote grande de helado de vainilla y un frasco de cajeta. Felipito estaba feliz. Luego llegó otra niña que trajo otro bote de helado y otro frasco de cajeta. Y el siguiente niño trajo otra pizza grande de jamón. Todos los niños le trajeron pizza de jamón y todas las niñas le trajeron helado con cajeta. Le decían “te traje lo que más te gusta, anda, pruébalo” hasta que Felipito no pudo más de tanto que había comido. Se sintió enfermo y se fue a acostar con dolor de estómago mientras sus amigos estaban muy divertidos en la fiesta.
Al otro día, como siempre, su mamá le calentó un gran pedazo de pizza. Sólo de verlo a Felipito le volvió a doler estómago y no quería comerlo. “¿Entonces qué vas a comer si no quieres tu pizza de siempre?” le preguntó su mamá. “Ya no quiero -dijo- dame cualquier otra cosa.” Y desde ese día ya come casi todo. Pero en la escuela siguen diciéndole “Felipito nomegusta”.
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