-’Id, malditos, al fuego eterno’. Así, queridos jóvenes, les dirá Nuestro Señor a todos los que lo hayan ofendido y mueran en pecado mortal. -El sacerdote miró a los muchachos, casi niños, y tomó aire para la siguiente parte de su sermón- ¿Y saben ustedes lo que es el castigo eterno? Imaginen un muro de aquí a México, alto como esta iglesia, construido del más duro acero. Imaginen que cada mil años viene una golondrina y roza el muro con la punta de su ala. ¿Cuántos siglos tendrán que pasar para que el muro se destruya completamente por causa de los roces de la golondrina? Pues eso no es nada comparado con la eternidad. Si ustedes mueren en pecado mortal irán al fuego eterno. ¿Y quién les asegura que no morirán esta noche? Nuestro Señor, en su infinita bondad, les da la oportunidad de librarse de las culpas. Los que quieran confesarse, voy a estar disponible toda la tarde.
Los adolescentes, con los brazos cruzados, forman una larga cola frente al confesionario. El silencio es absoluto tal como lo prescribe el reglamento de los ejercicios espirituales de encierro que durarán cinco días. Conforme la fila avanza, Rafa se va sintiendo más agitado. Los ojos se le humedecen y se limpia la nariz con la mano. No quiere pasar por la vergüenza de revelar sus pecados más secretos, pero tendrá que hacerlo para salvarse del fuego eterno. Si llegara a morir en pecado esta noche, no podría reclamar nada durante su juicio celestial porque tuvo la oportunidad de confesarse y debe aprovecharla.
-Dime tus pecados.
-Sí, padre, sí.
-Apúrate, que faltan muchos.
-He tenido malos pensamientos.
-¿Con mujeres?
-Sí, padre.
-¿Qué más?
-He mentido a mis padres y a mis maestros.
-¿Qué más?
-Yo, padre, también…
-¿Qué? Dilo de una vez para que pueda yo absolverte.
-Compré una revista inmoral y me… me...
-¿Te deleitas mirándola?
-Sí, me deleito yo solo.
-Es una ofensa grave. Te pones al nivel de las bestias o peor, porque ni los animales lo hacen. Debes conservarte puro para que puedas entrar al cielo. ¿Te arrepientes sinceramente?
-Sí, padre.
-¿Tienes propósito de enmienda?
-Sí, padre.
En ese momento, Rafa recordó que la revista venía escondida en su maleta. Tendría que destruirla como parte de su propósito de enmienda.
-En penitencia reza dos credos y tres avesmarías. Ego te absolvo. Vete ya.
-Gracias, padre.
Salió del confesionario aligerado, casi dando saltos de alegría. Ya lo había dicho y estaba perdonado. No iría infierno esa noche. ¿Qué haría con la revista? Es la primera vez que compra una. No quiso dejarla en su casa por temor a que la encontrara su madre. No podía romperla y tirar los pedazos a un basurero. Cualquiera vería lo que era y no sería difícil que supieran quién lo había hecho. ¿Echar los pedazos al excusado y jalar la cadena? No, se taparía. ¿Dejar la revista por ahí en algún lado sin que nadie vea? Capaz que lo acusan de sacrilegio en el lugar sagrado. Además, la casa de ejercicios está llena de sus compañeros que lo pueden ver y después de la campanada nocturna ya nadie puede salir de su celda. No podía quemarla porque olería el humo, vendrían a preguntar y se darían cuenta de qué era eso. Los padrecitos y sus sirvientes andan por ahí vigilando siempre.
Hincado en su celda, Rafa reza su penitencia y pide la ayuda divina para destruir la revista. Quiere darle una última mirada antes. No, es pecado. ¡Qué mujeres! Hay una a la que se le ven los pezones. De nada servirá la confesión si vuelve a pecar. ¿Cómo es posible que esas muchachas tan lindas, angelicales, se vayan al infierno? Hay que ver la belleza de esta en la foto a color.
Suena la campana de la noche y Rafa se siente como atrapado junto a un demonio con quien tendrá que luchar. Se levanta de la cama y abre la ventana que da a una especie de huerto abandonado. Sus compañeros también están asomados, fuman y platican en voz baja. Incluso se pasan de una celda a otra.
-¿Qué te pasa, Rafa, qué es esa cara?- Le dice su amigo de la ventana vecina.
-Tengo un problema. Me acabo de confesar pero me traje esta revista y ahora no sé qué hacer con ella porque quiero comulgar mañana.
-A ver. Voy a tu cuarto. Déjame verla... ¡Uf! Está buenísima. Mira nada más.
-Y eso que no has visto esta a color. Es la que más me gusta.
En ese momento, alguien más se asoma por la ventana.
-¿Qué es eso?
-Mira lo que trajo Rafa, y ahora la quiere tirar a la basura.
La revista parece ejercer una acción a distancia sobre sobre los muchachos. La celda de Rafa se llena de compañeros que se empujan y jalan para ver mejor las fotografías. Por momentos sólo se escuchan sus respiraciones aceleradas.
-Y por qué no la quieres, Rafa.
-Es que me acabo de confesar.
-Sólo por ver no es pecado.
-Sí es.
-¡Qué tonto eres! Si no la quieres yo me la llevo.
-No, yo me la llevo. Yo también la quiero.
En la disputa por la revista, le arrancan las hojas.
-Yo me llevo estas.
-Y yo estas otras.
Cada quien se fue por donde vino llevando algunas hojas en el bolsillo y la revista despareció. Nadie murió esa noche.
Por la temática y las circunstancias hiciste que recordara la historia de mis hermanos del "veinte volador". Pues decidieron cobrarse una multa de 20 centavos cada vez que se masturbara uno de ellos. Según eso era un disuasivo; pero resultó que el primero que cayó en la tentación y le pagó al otro, lo único que consiguió fue capitalizarlo para que se fuera a masturbar porque había conseguido con que pagar. Sólo se necesitó un 20 que iba y venía múltiples veces.
ResponderEliminarEs una buena historia esa del veinte volador. Uno de mis hermanos marcaba en un calendario los días que se masturbaba. Lo curioso es que había algunas marcas adelantadas.
Eliminar