No
me diga que usted se iría de su casa nomás por haberse agarrado con
su marido. Ni que fuera qué. Usted ya sabe lo que es el matrimonio.
¿Pues qué no somos vecinas y nos conocemos de tiempo? Esa Gudelia
de plano exageró. No fue para tanto y ella tuvo la culpa. En mis
tiempos teníamos que aguantarnos y no se me hubiera ocurrido irme de
la casa. Mi lugar estaba junto a mi marido, que en paz descanse.
Imagínese si me hubiera ido: No habría faltado una lagartona
dispuesta a tomar mi lugar. ¿No cree?
Le
digo que en mala hora se le ocurrió a Felipe traerla a vivir con
nosotras. Al principio llegó muy humildita y parecía que se iba a
llevar bien conmigo y con Olivia, porque son de la misma edad. Estuvo
muy acomedida para limpiar y ayudar con la cocina. Me decía que yo
era su mamá de la ciudad porque su otra mamá se había quedado en
el pueblo. Hasta me iba a comprar la medicina para la bilis y estaba
pendiente de que no se acabara.
Tan
contentas que nos pusimos cuando se embarazó. Luego, con el pretexto
de que los pies se le hincharon, nomás barría un poco y nos dejaba
todo el quehacer. No podía yo ni encargarle que hiciera el arroz
porque lo hacía a su modo y lo salaba; ni que mirara la leche porque
la dejaba derramar. ¿Pues cuándo me va tocar descansar? pensaba yo.
Ya no estoy tan joven.
Yo
no sé cómo la aguantaron en el trabajo que tuvo antes, si era tan
floja. Para mí que no duraba en ningún lado. Pero nos dijo que
estuvo en esa mueblería los tres años que pasaron desde que se vino
del pueblo y que querían que siguiera trabajando luego que se juntó
con Felipe. ¿Quién sabe? Luego nomás las aguantan porque son
bonitas y le gustan al jefe, aunque sean malhechas.
Dizque
se fatigaba y sólo miraba por la ventana, vaya usted a saber a
quién. Para salirse a la calle no le importaban los pies hinchados.
No se detenía por estar embarazada. Con cualquier pretexto se iba
muy pintada: que necesitaba un peine, que iba por un pan, que se le
antojó un dulce. De plano Olivia y yo tuvimos que decirle a Felipe
que nosotras no la podíamos controlar para que se estuviera en la
casa, que él tenía que hacer algo.
El
zonzo de Felipe nomás le reclamó de palabra que tenía que
ayudarnos, que no se saliera a la calle, que para qué andaba tan
pintada si él no estaba. Ella dijo que sí -yo la oí porque en esta
casa se oye todo-, pero al otro día ya estaba en lo mismo. Con eso
de que ya se acercaba el parto seguía sin ayudarnos, echada como
vaca mirando por la ventana. Olivia se puso seria con su hermano y le
dijo que tenía que ser el hombre de la casa, que no dejara que la
Gudelia, aunque fuera muy bonita, lo desobedeciera. Yo nomás le
pregunté que si no había aprendido de su Tata lo que había que
hacer.
Gudelia
tuvo la culpa, porque cuando mi hijo volvió a reclamarle, nos acusó
que éramos unas argüenderas que nomás estábamos de ociosas
dándole órdenes. Que mejor se fueran a vivir a otro lado.
"¡Cállate! -le dijo- ¡No hables mal de mi nana y de mi
hermana!". Y como ella siguió alegando le dió en la boca con
el puño. Ni así se calló. Al contrario, gritó tanto que Felipe
tuvo que darle varios golpes para dominarla. Entonces sí lloró pero
siguió diciendo que era culpa mía y de Olivia, que no la queríamos.
Esa noche vi a mi hijo muy preocupado. Tratamos de calmarlo porque
hizo bien ¿no cree usted? Le preparé lo que le gusta de cenar
porque Gudelia no quiso salir a atenderlo. Nomás nos gritó que ella
no era una burra para que la trataran a golpes.
Felipe
me dijo que no quería hacer lo mismo que su Tata conmigo, pero que
me había sentido detrás de la puerta cuando habló con Gudelia y
por eso se puso más enérgico. Me acordé que cuando tenía como
once años, vio que su Tata me pegó en la cara ¿Pues no fue a traer
el machete para defenderme y amenazaba al Tata? Estaba chiquito pero
se puso re bravo. Me dio harta risa. Ahora me preocupa que no se
impone, hasta Olivia le grita. Así nunca va a dominar a la Gudelia,
que es muy alegadora.
Antes,
cuando Felipe venía del trabajo, siempre nos traía algún
dulce o un pan, o alguna cosita. En los días de quincena, hasta un
pollo frito para que merendáramos. Después de que empezó a pelear
con Gudelia, andaba malhumoriento con nosotras, como si lo hubiéramos
ofendido. Ya no traía nada, nomás se sentaba a esperar su cena.
¿Sí
supo usted que el nacimiento de mi nieto se adelantó un mes? Gudelia
dijo que por los golpes. Pero es que no entendía. Siguió con lo
mismo. Se iba a la calle con el niño en brazos. No quería que
nosotras fuéramos con ella. Que no teníamos a qué ir, que no la
acompañaramos. Vaya usted a saber qué tanto haría cuando no la
veíamos. Y mientras, mi hijo en el trabajo ganando el dinero que
apenas alcanza para la casa, y ésta pide y pide que para unos
zapatos, que para pañales, que para la leche.
Mi
obligación es ver por mi hijo. Me consta que a Gudelia le silbaban
los hombres y le decían cosas. Ella no se portaba modesta, como
corresponde a una mujer casada y con un chamaco. Antes al contrario,
les contestaba y los encaraba. Yo digo que le gusta que los hombres
le hablen nomás para ponerse a discutir. Se lo dije a mi hijo:
tienes que poner remedio porque si no vas a ser la burla. De nada
sirvió que le diera sus golpes. Yo creo que no se los daba fuerte
porque siguió terca como una mula; que no había de estarse
encerrada, que todo era culpa nuestra y que no se iba a quedar así.
¿A dónde íbamos a llegar con mi hijo blando y su mujer contestona?
Va
usted a ver lo que pasó: una mañana, después de uno de sus
pleitos, quedó toda la casa en silencio. Fuimos a ver y anda vete de
Gudelia y el niño que no estaban por ningún lado. La esperamos un
rato y Olivia salió a buscarla en la calle. Luego nos dimos cuenta
que se había llevado su ropa y las cosas de la criatura. En la
noche, cuando mi hijo llegó del trabajo, ella no había regresado.
Al otro día, Felipe averiguó que se había ido a un refugio de las
mujeres que ya no quieren estar en su casa. ¡Hágame el favor!
Mejor
que se haya ido. Aunque extraño mi nieto, que ya se reía conmigo y
me buscaba el pecho cuando me lo apretaba al cuerpo. Esa güila no lo
cuida bien y le había de faltar el cariño de la abuela y de la tía.
Yo quería que Felipe se lo quitara. Olivia dijo que entre las dos lo
podíamos criar y hacerlo un hombre cabal, no un mandilón para que
cualquiera le vea la cara. Lo que me dió esperanza fue que la tonta
de Gudelia dejó aquí los papeles del niño en los que consta que
ella es la mamá. Sin esos papeles no podía comprobar nada. Por eso
le estuve dice y dice a Felipe que le quitara al niño, si es
necesario que fuera con un abogado. Felipe se me arrancó y me dijo
que era su hijo y su mujer, que ya no lo estuviera fregando. Se puso
re enojado como cuando era niño. ¡Órale! -le dije- el pleito no es
conmigo sino con esa Gudelia que ya te dejó y a ver si no te cambia
por otro.
Un
día me dijo que pudo hablar con ella, que los dos estaban
bien. Que ella estaba bonita como cuando la conoció. ¿Pues cómo
no? Usted ha visto que se pinta como payaso. Que allá le dijeron que
tenía que irse a vivir a otro lado porque aquí conmigo iba yo a
quererla de sirvienta. ¡Ojalá que tuviera yo sirvienta! Lo que yo
quiero es que, si va a vivir aquí, nos ayude. Es justo, ¿no cree
usted? Pero se puso terca con que le metíamos ideas a Felipe en
contra de ella. Lo peor es que mi hijo le creyó y dijo que los
pleitos eran porque estábamos de metiches. No seas tonto -le dije-
mejor
búscate otra mujer más dócil, que no sea tan gastalona y que se
acomida con el quehacer. No le habían de faltar. Pero, ay que mi
hijo, dijo que mejor se iba con ella y el niño a otro lado. Que sí
le alcanzaría para la renta de un cuarto porque Gudelia quería
meterse a trabajary una de las amigas del refugio iba a cuidar al
niño mientras Que él seguiría ayúdandonos con los gastos, que por
eso no nos preocupáramos. “Aquí es tu casa -le dije. No tienes
necesidad de ir a rentar un cuarto. Si quieres que tu hermana y yo
nos vayamos porque Gudelia no nos quiere, nos vamos. Qué lástima
que no puedas gobernar tu casa y mejor prefieras irte.” Nomás me
miró enojado.
Pues
luego de cuatro meses, Gudelia salió del refugio. Dijo que no quería
venir aquí con Olivia y conmigo, ni que ayudáraramos con el niño,
ni que yo le cuchileara a Felipe. Claro que no quiere que yo vea por
mi hijo y le diga lo que pasa mientras él no está.
Rentaron
un cuartito y se fueron a meter con todo y el niño. Así que ya sabe
usted porque no ha visto a mi hijo por aquí. Yo no pierdo la
esperanza de que recapacite y se venga. Con o sin Gudelia, no me
importa. Se llevaron los papeles del niño como para que yo no
pudiera reclamar nada. Quise ver cómo está su cuarto que rentaron,
pero dijo Gudelia que yo no tenia a qué ir. ¿Creerá que mi hijo se
quedó callado? Me da coraje que ya lo dominó.
El
domingo pasado vinieron a comer y trajeron unos pollos. Ya anda
caminando el chiquillo. Está chulo y me dice Abu. Estuvo rete
contento aquí jugando conmigo y con Olivia. La Gudelia no dejaba de
abrazar a Felipe, como para amuinarnos. ¿Cree usted que me preguntó
por mi medicina de la bilis? Es canija como ella sola. Pintada y todo
como estaba, me dijo que, si yo quería, ella lavaba los trastes.
Pues sí, siquiera que los lave. Aproveché para recordarle a mi hijo
que aquí estaba su recámara esperándolos, que sería mejor para el
niño estar en la casa y no en el cuartito. Me dijo que no, que
ahorita están bien. Que a ver si luego, cuando Gudelia se fuera a
trabajar, traían al niño para que no se quedara solo. Eso nunca va
a ser. Ya verá.
Yo
quería que volvieran a venir al otro domingo para jugar con el niño.
Pero dijeron que iban a ir al pueblo, a visitar a la otra abuela que
también lo quiere ver. Yo cumplo con tenerles la recámara lista por
si se deciden.
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