Un sueño juvenil que todavía tengo es comprar una moto. No quiero una gran cosa; una moto chica de las que antes le decían bicimoto. Me imagino muy feliz los sábados y domingos paseando en la moto, explorando aquí y allá calles nuevas, yendo a los ensayos, con mis compritas o mi flauta en la canastilla.
Más de dos veces he ido a las tiendas de motos a preguntar, a comparar precios y, en realidad, a buscar un vendedor que me convenza.
Hubo uno que casi lo logra cuando le objeté que había yo oído que esas motos chinas que él vendía no duraban mucho. Me miró y me dijo: pero usted tampoco la va a usar mucho.
Tuvo razón.
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