Como no tengo mucho que hacer, el otro
día llevé a mis nietos a comer al centro comercial. Su mamá y la abuela
fueron en el coche a Atlixco y me los dejaron. Uno de ellos tiene seis años y el otro casi nueve. Mientras ando con ellos curioseando
en las tiendas, quisiera tener una correa para amarrarlos porque se sueltan de
mi mano y corren para todos lados. Les advertí que no deberían alejarse de mí
porque me pone nervioso perderlos de vista y no tenerlos a mi alcance inmediato.
Un ladrón podría arrebatarme a uno de ellos y es poco lo que podría yo hacer
para recuperarlo.
El miedo
a los robachicos siempre ha existido pero era más teórico que real. Cuando mis
hermanos y yo teníamos la edad de mis nietos,
podíamos ir solos a jugar a la calle o al cerro. Aunque mamá nos advertía que no nos alejáramos, podíamos perdernos por horas. A veces solos y a veces en pandilla con
los vecinos íbamos al centro de Puebla a ver los aparadores de las jugueterías.
Nos gustaba especialmente 'La Sorpresa' que estaba en la calle dos oriente. Se anunciaba como ferretería pero tenía muchos
juguetes importados de Alemania.
Cuando
estábamos en la escuela primaria, íbamos y veníamos en
camión. Junto con muchos otros compañeros,
caminábamos desde la escuela, en la 21 sur, hasta el Paseo Bravo para tomar el
camión.
Tengo
claro cómo fue el proceso por el que mamá nos enseñó a tomar el camión para la
escuela. Yo estaba en primer año. Mamá nos llevó en coche a la parada del
camión, nos dijo cuál deberíamos tomar -el Circuito Central- y manejó tras el
camión indicándonos todos los puntos de la ruta. Así llegamos al Paseo Bravo
donde deberíamos bajarnos. Entonces manejó por todo el tramo que deberíamos
hacer a pie y nos dejó en la escuela. A la salida de la escuela nos recogió e
hizo lo mismo hasta llegar a la casa.
Al otro
día mamá nos llevó a la escuela pero no en el coche sino en el camión. Hizo con
nosotros todo recorrido de ida y de regreso. Al tercer día le dió a mi hermano mayor el dinero para los pasajes con la
encomienda de que fuéramos y viniéramos juntos, Luis, Bernardo y yo.
Mamá fue
una de las primeras mujeres que tuvo coche propio en Puebla, cerca de
1950. Por muchas razones se consideraba
una imprudencia de papá el habérselo regalado. No sé si lo recuerdo o lo
imagino pero ya no hay nadie para corroborarlo. El cochecito era un Austin de color verde. A veces no arrancaba y
había que 'darle crán' para lo cual se necesitaba un hombre fuerte que podía
ser papá, un gasolinero o algún señor
que pasara por ahí.
En el centro comercial me viene una nueva inquietud además de los
robachicos. Que regresen la mamá y la
abuela de Atlixco. Que si se les descompone el coche en la carretera con todas
las macetas que habrán comprado, ya no sería cosa de
darle crán sino de llamar a la grúa.